"La Danza Oriental se remonta a Ishtar, diosa venerada por los semitas. Las danzas representadas en sus templos celebraban el derecho soberano a la autodeterminación de las mujeres.
La Danza del Vientre se transmite entre generaciones como celebración del cuerpo y ritual de acceso al poder."
Sin embargo, vista desde fuera y desde una perspectiva muy superficial la Danza del Vientre puede parecer una especie de “baile de barra americana” a lo oriental, donde mujeres sexualizadas se exhiben para proporcionar placer al hombre.
Esta percepción se sustenta en el hecho de que en las sociedades patriarcales se concibe el sexo como un “acto de dominación” del hombre sobre la mujer.
No solo se considera el sexo como un privilegio exclusivo del hombre sino que se niega el acceso al placer a la mujer a través de todos los mecanismos posibles de control: jurídicos, religiosos, morales o de presión del entorno donde se condena a la mujer sexualmente libre y empoderada.
Por lo tanto, lo primero que tenemos que reivindicar es el derecho al sexo y al placer como mujeres, dueñas activas de nuestra propia libertad.
Este acto de empoderamiento tiene muchas vías y muchos medios, entre esos medios nos encontramos con la Danza del Vientre, que nos ayuda a reconciliarnos con nuestro cuerpo como mujeres, educadas en una sociedad patriarcal en la que lo femenino es lo negativo, y el objeto de uso y disfrute del hombre.
Bailando cambia nuestro marco de pensamiento, nuestra manera de entender el mundo y nuestro cuerpo en ese mundo, comenzamos a sentir que nuestra fisiología femenina es algo bueno que nos proporciona placer físico, armonía psíquica y bienestar emocional.
En todo este proceso el hombre no está presente en ningún momento (aquí es donde aparece el arquetipo de Artemisa ayudando a Afrodita a conseguir su independencia). El hombre ya no es el centro de todo si conseguimos salirnos del marco de pensamiento androcéntrico de las sociedades patriarcales.
Desde el inicio de los tiempos la danza ha estado unida al sexo y a los rituales sagrados.
El sexo era sagrado porque tenía como consecuencia la creación de la vida, es por lo que las danzas, expresiones riutales de celebración de la vida, tenían un componente de recreación del acto sexual.
Mujeres ejecutando danzas rituales sagradas de celebración de la fertilidad (de la capacidad “divina” de crear vida) manifiestan y reivindican su poder.
En ningún momento significa un acto de sumisión de cara al hombre. Como mujeres hemos recibido una educación en la que todo está contado desde la perspectiva androcéntrica, donde todo lo masculino es lo bueno y lo femenino es lo malo o directamente no existe.
Es por ello, que desde la perspectiva androcéntrica se percibe la Danza del Vientre como una “danza de cortejo” de la mujer. Idea totalmente distorsionada ya que en la naturaleza las danzas de cortejo son en su gran mayoría ejecutadas por el macho y es la hembra la que elige.
Pero no solo es que la Danza del Vientre se perciba androcéntricamente como una danza de cortejo, es que es además una danza de seducción ejecutada perversamente por una “mala mujer” como son básicamente todas las mujeres empoderadas para el ideario patriarcal.
Esta imagen la encontramos en todo su esplendor en la figura de SALOMÉ, epítome absoluto de la bailarina malvada que seduce al hombre, llevándolo a la perdición.
“Salomé” de la pintora norteamericana Ella Ferris Pell
Hay que entender que esta visión holística de la Danza Oriental nace desde occidente y se la debemos a las corrientes de pensamiento de la segunda ola del feminismo (especialmente norteamericano) que reivindicaba en varias de sus facciones el “feminismo de la diferencia” y la vuelta a los orígenes como manera de recuperar el poder de la mujer unido a conceptos como la Diosa Madre.
A pesar de que es un concepto occidental no es la aproximación más común en las escuelas especializadas de Danza Oriental ya que supone un posicionamiento arriesgado que exige alumnas con unas inquietudes vitales que van más allá de practicar danza del vientre como un mero entretenimiento.
“Salomé” de la pintora norteamericana Ella Ferris Pell